miércoles, 7 de enero de 2015

Descubrí a la Desconocida...

Hace cinco años, aunque me suena más cuatro, tuve la fortuna de leer por primera vez una obra de Stefan Zweig; me ahorro las presentaciones porque asumo que deberían  tener alguna noción del nombre que con tanto respeto menciono o que al menos ya han abierto una pestaña extra del buscador para consultar la Wikipedia.
Aquella primera vez fue con una novelita, y el diminutivo lo agrego a que la extensión de la historia así lo reclama, a la que por media hora me entregué con un afán inexperto y crédulo. Carta de una mujer desconocida (1927) se llamaba. Por una noche mis ojos ardieron por el exceso de atención y la tristeza de la que también formaban parte, la historia de un amor inconcluso, nunca antes mejor dicho, platónico. Estaba leyendo la carta de mi Doppledänger
dirigida a un insensato encantador, mierda. Recuerdo haber llorado porque me sentía expresada por una mujer ( que en realidad era un hombre austríaco de casi cuarenta años) que sufría tanto como yo por alguien que no la conocía. Mierda. Por esos años me sentía atraída al cantante de cierta banda alemana que bueno...imagínense el fanatismo acumulado en una niña del siglo XXI: enfermizo, ciego, mal argumentado, iracundo pero sincero y muy loco. No me disculpo.
Prácticamente había hallado una "biblia" en la cual refugiarme para cuando me sintiera más lejana e invisible a los ojos de mi Fulano.
Epa. Quiero recalcar las fuertes revelaciones a las que accedí leyendo este libro, una de ellas, que entregándome servilmente al sacrificio y alineándome a una meta en concreto ( bastante boba) y negándome a la felicidad de cualquier tipo iba a ser recompensada; como que quería abrirme paso haciendo el oficio de Santa para ocupar el de amante. Algo así. En mi cabeza sucedía la venganza que yo realizaba en nombre de la desconocida, en la que yo lograba dar el salto de la fila de autógrafos al escalón del altar. Y había maquinado un plan conjurando que eso tenía que pasar porque... bueno, no había una razón en concreta pero la lógica de los cuentos felices (los otros, no Grimm ni Andersen obviamente) decreta que después del sufrimiento viene el príncipe.

 Cuento esto con el propósito de ganarme una que otra sonrisa comprensiva exhalada por la ternura enterrada en aquel sueño o inconsciencia, no les perdonaría la risa pronta e hiriente. Resumo: esta historia me parecía La Gran Tragedia Nunca Antes Imaginada Ni Contada Tan Bien Como Zwieg Lo Hace, Alabado Sea El Autor y Este Clásico de Clásicos Obligatorios.

Transcurrieron los años, me emociona obviar esta parte, para que yo cambiara. Un día me olvidé de esos planes y de ese cariño.
He tomado el libro de nuevo, lo leí esperando reencontrarme con muchos sentimientos y al llegar al último punto no se insinuó ninguna lágrima en mi mirada ni un cambio minúsculo en la tesura de mi garganta. ¿Es acaso que soy una piedra? no les he pedido que respondan, simplemente no lo creo.
No negaré que he disfrutado de esta relectura, me gustó mucho y hallé más de una frase hermosa: "Quiero contarte mi vida, esta vida mía que en realidad comenzó el día en que te conocí. Antes no hubo en ella sino algo turbio..." (5).

Sin embargo me pareció a ratos muy melosa y asfixiante, ello provocaba que se nublara la abnegación desinteresada de la 
desconocida dejando más una sensación de reclamo que de confesión: "He preferido echarlo todo sobre mí, antes que convertirme en una carga para ti y ser la única, entre todas las mujeres que has conocido, en la única que puedas pensar con amor y gratitud." (14). Al final tuve el panorama de una venganza vestida de "última voluntad", ¿qué de romántico tiene enviarle al Gran amor, justo el día de su cumpleaños, una carta donde le relatas que su único hijo ha muerto a causa de no supo ni querer ni ser fiel a la mujer que seguramente lo amó más? Aquella a la que viste como una simple niña pobre, aquella a la que trataste de prostituta fue en realidad la madre de tu hijo, y echaste a perder la vida de ambos.

 Esta lectura fue hecha con mayor paciencia, ocupando pinzas y lentes potentes para el escrutinio serio de líneas, atmósferas y sentimientos, ya no míos por supuesto.
Eché un poco de menos sentirlo como en propia carne, me pregunté varias veces ¿de dónde venía esa fuerza y por qué me hacía llorar?
Esta vez no leí una historia de amor sino una de injusticias y elitismo, con la burguesía (qué sorpresa) en la parte derecha del ring representado a los rudos, y les adelanto que sí, terminan siendo desenmascarados.

Acabo de reconocer que fue de esta obra donde saqué mi tendencia a escribir  siempre con un tono de preocupación y candidez, por ello  siempre lo hacía en primera persona y ahora...ahora... ME RESULTA TAAAAAN INSUFRIBLEMENTE ÑOÑO. Gracias Zweig por darme pasajes por lo cuales me tengo que avergonzar.
Las primeras clases de Literatura grecolatina giraron en torno a definir lo clásico, buscando respuesta en un texto de Italo Calvino "¿Por qué leer clásicos?" (19??), recuerdo que el autor expresaba que un clásico se denominaba así por su naturaleza universal, por ser de las lecturas que no se leen sino se releen y siempre se encuentra algo nuevo, porque impregnan a la realidad de episodios, personajes y referencias que señalaríamos sin problema "Ah como sucede en el libro de ...". Al final remataba con la idea de que cada quien hace  su biblioteca personal de clásicos.
Y entorno a esto puedo imaginarme a alguien sumando título tras título en las estanterías, sin embargo, me resulta un poco triste hacer esto la inversa, quitar este libro de su sitio elevado para llevarlo a un rincón de buen aspecto.
Querido Zweig, perdóname pero no es personal en realidad culpo a mi percepción inmadura de antaño por ocasionar este malentendido.